domingo, 1 de febrero de 2009

Toda la bronca del mundo

La crisis de 2008 trajo consigo que él perdiera su cargo como gerente de un importante banco internacional.
Mientras esperaba encontrar otra cosa, salía con un Martini a observar la ciudad desde su balcón terraza.
El tiempo pasaba y ninguno de los trabajos que le ofrecían estaba a su altura. Él seguía esperando; "la oportunidad llegará", se decía.
Las membresías de sus exclusivos clubes y fraternidades se hicieron impagables. Se tuvo que deshacer de su chofer, de su automóvil, de su sirvienta.
Aprendió a vivir sin coche, a caminar, a hablar con la gente. Así conoció al diariero, al almacenero, se volvió a contactar con compañeros del colegio.
Se sentía ajeno. Ellos eran felices, sí. Pero nunca tuvieron lo que él había sostenido, nunca estuvieron en la cima del mundo empresarial, nunca viajaron al extranjero. Pero eran felices.
Luego fue más allá e hizo lo que no muchos hacemos: pensó.
Al pensar notó que todo lo que hablaba aquélla gente no le interesaba. Que esa gente, como animales (que somos) sólo sobrevivía.
Al pensar descubrió que la realidad no había cambiado. Que vivía en carne propia lo que él mismo había ayudado a construir.
Otra vez salió al balcón, pero sin Martini. Miró la ciudad desde ahí.
Abrió su mano y cerró el puño como si en su palma pudiera encerrar, no sólo su ira sino, toda la bronca del mundo.
Eso no alcanzó.
La caída fue el purgatorio; el impacto, el paraíso.

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