La ineludible avalancha de vicios asesinos que aparecen en nombre de la civilización nos demuestra irrevocablemente qué poco aprendimos, en nuestra eterna lucha por no pertenecer a donde nacimos, de los que día a día pretenden- en vano- ser legítimos dueños de su tierra que ya no es ni volverá a ser la de sus antepasados.
Los brotes letales de fiebres maderera y sojera han dejado pobreza, muerte, cambios climáticos y tierra seca (en el mejor de los casos).
Las inundaciones en Tartagal demuestran que la reglamentación de la Ley de Bosques de Miguel Bonasso era necesaria. Que, por miedo a tocarle el bolsillo a los poderosos, estábamos hipotecando nuestras vidas y la de nuestros descendientes.
La escena se plantea en un marco donde los funcionarios creen que política y negocios van de la mano, que los países latinoamericanos deben depender del monocultivo. ¿Es así? ¿Es ése el camino del desarrollo? ¿Que se enriquezcan los terratenientes, los propietarios y que el pueblo muera de hambre o durante un alud? ¿Se puede hacer un uso racional de los recursos (LIMITADOS) del planeta como hacían los antiguos habitantes de estas tierras?
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